Sobre las nuevas reválidas
Regreso (ultraconservador) al pasado
Vuelven los viejos
tiempos. De hecho, pensándolo un poco mejor, nunca se han ido del todo.
Nací en 1954. Mi hermana, once años mayor que yo,
abandonó sus estudios al año siguiente y empezó a trabajar en una fábrica.
Tenía 12 años, poco más. Mi madre me cuidó hasta los cuatro. Después trabajó
como mujer de la limpieza y en una cadena de frigoríficos. Mi padre, tras
currar duro en la construcción, trabajaba por aquella época arreglando vagones
de trenes en la RENFE.
Como entonces apenas había escuelas públicas, yo estudiaba en
una de las academias de barrio privadas de la época, las de piso para todos y
gimnasia en la calle. Para mis padres, desde luego, era todo un quebradero de
cabeza. El dinero era un elemento extraño. Cenábamos casi todos los días sopa
de pan y bacalao, una comida de pobres de la época. La acumulación originaria
(o no) de capital tiene sus exigencias. ¡A callarse y al tajo que es lo nuestro!
A los 10 años hice el “Ingreso”. Nos examinábamos
en un Instituto del barrio, el Juan de Austria en mi caso. No conocía a nadie.
Me preguntaron cosas de mates y geografía. Estaba muy nervioso. No pude contener
mis necesidades y me puse perdido. Eso sí, tuve suerte y a los 14 acabé al
bachillerato elemental. Me esperaba otra reválida. Hubo suerte otra vez y pude
hacer el bachillerato superior. Otros (no hubo otras en mi escuela) no la
tuvieron. Tuvieron que dejar sus estudios o continuar con la formación
profesional de la época. Nada aconsejable.
Combiné como pude a partir de entonces trabajo
(hostales, hoteles, agencias informativas, distribuidoras de licores, oficinas
de abogados, bancos) y estudios. La suerte siguió cercana. Acabé el superior.
Eso sí, me esperaba otra reválida. Sin haber leído a Maquiavelo, la fortuna no
me fue adversa.
Hice PREU. En la misma tónica y con las
movilizaciones contra el consejo de guerra de Burgos de fondo antifranquista.
Al final, tuve que pasar un terrible examen de Estado. Así le llamaban.
Temblor, horror y sudores. Me tocó la lotería de entonces. Superé el tercer
reto.
No bastó con eso. La vida es dura con verdura y
planes franquistas. Se implantó aquel año la selectividad por facultades. Yo,
por si acaso, me examiné en cinco. Tampoco me fueron mal las cosas. Creo que me
tomé algo para aumentar el lado oscuro de mi fuerza debilitada.
Resultado final: tras unas cuantas reválidas y
afines, cuando en 1971 me matriculé en la Facultad de Exactas, cuya existencia desconocía
-nadie en mi familia había pisado nunca un centro universitario; mi abuelo
materno, eso sí, había pisado la playa del Camp de la Bota para ser fusilado al
alba 32 años antes-, cuando pisé, decía, la facultad del doctor Cascante –un
ogro del Análisis formado en Francia si no recuerdo mal al que apenas
entendíamos- ninguno de mis compañeros tenía la inmensa fortuna de estar
vinculado a la clase social a la que perteneció Miguel Hernández. Mis
compañeras tampoco. Compañera, en singular, para ser más preciso: estaba en
minoría de una.
En síntesis: las clases obreras hispánicas seguían
sin haber ido al paraíso ni a la Universidad. Para las mujeres, en general, la
suerte no era muy distinta, sobre todo en las facultades tecnocientíficas [1].
Unos 60 años después, viene lo anterior a cuento
por los planes que el ministerio de Educación del Gobierno de Bankia y el
rescate-no-rescate quiere poner en marcha en los próximos años. La llama “ley
de mejora de la calidad educativa” [2]. Ni más ni menos.
El escenario político que ellos mismos dibujan es
el siguiente: el ministerio asegura que está dispuesto a negociar todo lo
negociable (sin especificar qué es lo negociable) para alcanzar el mayor
consenso pero no va a renunciar a “los principios básicos” (sin delimitación
alguna) de su propuesta. Se trata de tenerla redactada en octubre (en dos
meses, si descontamos agosto) “para empezar a tramitarla en el Congreso antes
de que termine el año”. De este modo, la urgencia es evidente, podría
desplegarse por todas las etapas en los tres años siguientes a su aprobación.
Ese sería el momento en el que llegarían –tachín, tachán- las nuevas reválidas.
Los planes ministeriales tienen este aroma:
Se desea instaurar una reválida al final de todas
las etapas educativas, “exámenes nacionales externos que han de pasar todos los
alumnos para poder continuar estudiando” (“nacionales” remite, en este caso, al
territorio español).
Veamos el plan para primaria: si un alumno
suspende la prueba que se quiere implantar porque no alcanza conocimientos
mínimos en materias básicas (matemáticas, lectura) y no ha repetido curso hasta
entonces, no podrá pasar a secundaria. Volverá a estudiar 6º. Si el estudiante
que suspende ya ha sido repetidor, pasará. Eso sí: “con una notificación para
que pueda tener apoyo escolar”. ¿Apoyo escolar en momentos de recortes,
hachazos y ratios de 36 alumnos por clase en la ESO? ¡Para morirse de risa, doña Sofía!
En la secundaria obligatoria: se adelanta a 3º de la ESO la elección del curso que
conducirá al alumno/a a ciclos formativos o al bachillerato con algunas
materias optativas para el caso, y en 4º los itinerarios hacia una u otra
enseñanza –ya estaban anunciados en una reforma del PSOE- estarán ya “bien
diferenciados”. Wert lo ha dicho clarito: estamos marcando un camino distinto
–netamente anti LOGSE- “para que la elección se anticipe como mínimo un año”.
¿De qué se trata? De guiar a más alumnos hacia los ciclos formativos de grado
medio [3]. De los superiores se habla poco [4].
Habrá dos exámenes de reválida distintos al final
de la ESO: uno
para los que quieran estudiar ciclos y otro para los que quieran estudiar
bachillerato. Los alumnos conseguirán el título al aprobar todas las
asignaturas de 4º pero si quieren seguir estudiando, tendrán que hacer esta
nueva reválida. Si un estudiante suspende una o dos materias de ESO, podrá
presentarse al examen. Si lo pasa, obtendrá el título de ESO y podrá seguir
estudiando ciclos o bachillerato. Si no, no. Tendrá que repetir curso o bien
volverse a presentar a la segunda reválida.
En cuanto a contenidos, Educación prevé una
reducción de la carga de asignaturas —sobre todo en la ESO y en bachillerato— con el
objetivo de reforzar el tiempo dedicado a las llamadas “materias básicas”:
lenguas -el Ministerio, que es muy suyo, habla de lengua (la española por
supuesto)-, matemáticas, ciencias (se sobreentiende: naturales) e inglés.
Educación prevé un aumento de un 25%. Se eliminará -estaba cantado- Educación
para la Ciudadanía
en primaria y en la ESO. El
tiempo dedicado a Humanidades, por decirlo rápido y un poco mal, ya pueden
imaginárselo: tendente al cero absoluto escala Farenheit.
Tercer tramo: para conseguir el título de
bachiller y poder acceder a la
Universidad se necesitará aprobar la nueva reválida. Pero no
se acabará aquí el largo y tortuoso camino del que hablaron y cantaron los
Beatles. Cada centro universitario podrá hacer después un examen de acceso a
determinadas carreras si así lo estima adecuado. ¡Pepe! ¡Otra de calamares!
En total, si no cuento mal, tres o cuatro pruebas
“externas” para acceder a la Universidad. Como en los viejos tiempos. ¡España
una, grande y culta, la de siempre!
Parece obvio, por lo demás, que los alumnos que no
superen las reválidas de ESO o bachillerato, deberán pasarse todo el curso
siguiente preparándose para intentarlo de nuevo en la reválida al año
siguiente. Desconozco si hay un número máximo de convocatorias. Algunas
familias, es de manual, no podrán permitírselo. Buscarán trabajo para sus
hijos. Tal como está –y estará- el patio caerán en la desesperación (con los
riesgos políticos que eso comporta: fascismo, extrema derecha) o bien aceptarán
cualesquiera condiciones laborales de las que tengan noticia.
La arista autoritaria también tiene su papel:
aprovechando que el Duero pasa por Varsovia, la nueva (contra) reforma también
persigue reforzar el margen de gestión de los directores (y, por tanto, el
carácter meramente consultivo de los consejos escolares), amén “de impulsar la
autonomía de los colegios e institutos y su especialización”. Ya pueden
imaginarse en que se van a especializar algunos institutos y qué instancias
están dispuestas a financiar esa especialización.
Le llaman democracia y no lo es; le llaman reforma
y deberían llamarla contrarreforma, puro y diseñado regreso al pasado.
Consecuencias altamente probables: jóvenes que quedarán fuera del sistema sin
el título de ESO; más jóvenes de origen obrero que tomarán la alternativa de
los ciclos y la etapa universitaria vista de nuevo como en tiempos que se
suponían superados: cara, competitiva y al alcance de los sectores sociales de
siempre, los de toda la vida, los que tienen mando en plaza.
PS. Por si quedaran dudas, vale la pena recordar
que, en un reciente manifiesto, una treintena de economistas -los nuevos dioses
omniscientes del Olimpo de las clases hegemónicas- de la Fundación de Estudios de
Economía Aplicada (FEDEA) propusieron el establecimiento de exámenes externos
para los alumnos al final de primaria y de la ESO –el gobierno de Bankia a su dictado- con
consecuencias académicas. ¿Consecuencias académicas? Las que no fueran “la
repetición de curso”. ¿Por qué? Porque es un recurso “caro e ineficaz”: España
es uno de los países europeos con mayor tasa de repetición y “los refuerzos que
requerirían los repetidores parecen difíciles de conseguir en el actual
contexto de recortes educativos”.
Con la claridad del cinismo y la infamia subida de
tono. ¿Alguien habló alguna vez de igualdad de oportunidades? ¿Alguien pensó en
algún momento en el tratamiento desigual de situaciones sociales muy pero que
muy distintas?
Notas:
[1] El catedrático de la Universidad de
Valencia José Gimeno Sacristán ha citado
un documento de un Gobierno franquista de aquellos años que justificaba la
abolición de esos exámenes porque solo servían para estrangular el acceso a la
educación: un 50% suspendía la reválida de bachillerato elemental, un 43% la
del bachillerato superior. “Hacerlas en la etapa obligatoria [lo que el
gobierno actual pretende] es una barbaridad”, concluye Gimeno Sacristán. ¡Peor
pues que en el franquismo!
[2] J. A. Aunión, “El Gobierno establecerá
reválidas en primaria…”. El País, 30
de junio de 2012, p. 32. http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/06/29/actualidad/1341003185_318090.html
[3] Los programas de cualificación inicial –el
aprendizaje de un oficio- se podrán empezar ya en 2º de ESO si el alumno ha
cumplido 15 años, si ya ha repetido dos veces.
[4] Ciclos que cuanto menos en Catalunya son ya de
pago: 360 euros por curso (y por ahora).
Fuente:REBELION: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=152456
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